Hace poco pude escuchar la ponencia de Javier Martínez en el Congreso Re-think Industry, organizado por la Diputación. Martínez centró su intervención, que está disponible en internet y cuyo visionado recomiendo encarecidamente, en dos ideas clave: la importancia de los intangibles y el conocimiento, erigidos como el activo diferencial en un contexto de cambio cada vez más acelerado. Dicho de otra forma, el aprendizaje y el desarrollo del talento constituyen la piedra angular sobre la que se sostiene la competitividad de nuestro tejido económico y la cohesión social. Si queremos legar a las próximas generaciones una economía capaz de sostener unos niveles de bienestar y unos servicios públicos fuertes, tenemos que abordar el desafío del talento con garantías.

Existen varios factores que debemos observar para lograrlo. Vamos a necesitar personas que lideren el cambio generacional en nuestras empresas, pilotando las grandes transformaciones digital, ecológica y social, pero nuestra demografía no ayuda. Somos un territorio de pymes, más de pequeñas empresas que de medianas, y vamos a tener que ser capaces de ofrecer proyectos atractivos para atraer talento, en un contexto de competencia global y frente a compañías mucho más grandes. Y deberemos hacerlo teniendo en cuenta que el sentido que damos al trabajo en nuestras vidas está cambiando, por un lado, y que gran parte de las competencias requeridas hoy en día no van a ser válidas de aquí a unos años, porque parte de los puestos de trabajo actuales desaparecerán, y otros surgirán, producto de tendencias como la robotización o la inteligencia artificial.

Me opongo frontalmente a ciertos discursos que cuestionan el compromiso de la juventud actual, presentes desde tiempos inmemoriales, o que presentan la cualificación como un estorbo. Es responsabilidad de todos y todas, tanto generar y consolidar proyectos que permitan dar cauce al talento que creamos, como el contar con personas que dispongan de las capacidades adaptadas la economía del futuro: sistema educativo, padres y madres, empresas, e instituciones. Siempre con el sacrificio y la autoexigencia individuales como punto de partida.

En Gipuzkoa y Euskadi partimos de una posición ventajosa, porque nuestro progreso económico se ha sustentado históricamente en el saber hacer y el conocimiento. Pero debemos seguir abonando ese terreno con dos ideas claras: una, que hoy en día el saber caduca rápido, y que lo realmente importante va a ser contar con personas y empresas capaces de aprender sin cesar. Y dos, que en nuestro modelo el talento va más allá de las meras aptitudes técnicas especializadas, y no se puede desligar de valores éticos como compromiso, la empatía o el trabajo en equipo... Por mucho que cambie el contexto, el talento es, esencialmente, la capacidad de hacer mejores a las personas que nos rodean, las organizaciones en las que participamos, y el entorno en el que vivimos.