Danny Van Roijen ha participado recientemente en unas jornadas sobre la transformación digital del sistema sanitario organizadas por la UPV/EHU en las que ha ofrecido su visión de un sector que también afronta un importante reto tecnológico.

¿Por qué se podría usar la inteligencia artificial en la sanidad?

–Una de las razones es que tenemos datos clínicos estructurados y estandarizados con los que poder trabajar. Gracias a la digitalización disponemos de más datos, y es porque la ciudadanía los captura. También es relevante el nivel de detalle que tenemos con los nuevos dispositivos médicos en términos de digitalización de la información, herramientas que aportan datos con los que contamos en la actualidad y antes no teníamos y que favorecen el uso de la inteligencia artificial.

¿Qué tienen entre manos?

Aplicaciones para el área de la salud. El defecto que presentan es que son aplicaciones en las que se mira un pequeño aspecto del proceso, pero realmente hay otras oportunidades para trabajar. Así que lo que ahora vemos es que la inteligencia artificial está siendo usada en la investigación y en la organización del sistema de salud en términos de trabajo y planeamiento. En los últimos años estamos observando que se está usando en la salud remota.

¿En qué aspectos se puede ver?

Mediante el uso aplicaciones para el autocuidado, por ejemplo. Hay muchas diferentes, algunas son más avanzadas que otras, así que depende del uso que quieras hacer con ellas. Actualmente tenemos una plataforma reguladora para dispositivos médicos que señala los requisitos que necesitan cumplir para estar seguras en el mercado. Así que depende de la oportunidad, pero también de los desafíos que vayan surgiendo.

¿De qué inversión hablamos?

No sé una cifra exacta. Quizás pueda revisar algunos informes que den alguna aproximación. Si solo miras, por ejemplo, el proceso necesario para desarrollar un dispositivo médico ya cuesta mucho dinero y para certificarlo estaríamos hablando de cientos de millones de euros. Si contemplas el conjunto es una gran cantidad monetaria. En el modelo de lenguaje y el modelo fundacional que son más aplicables, o probablemente serán usados antes en el lado de la investigación que en el lado del medicamento, solo el desarrollo de los sistemas asciende a cientos de millones de euros.

¿Cómo afectará a la ciudadanía?

Depende de la forma en la que se aplique. Por la parte de la investigación existe la esperanza de que la inteligencia artificial pueda desarrollar nuevas terapias y medicinas que ayuden a la gente. Creo que, habitualmente, se habla de medicina preventiva, participativa y personalizada, en el sentido de que ya tenemos medicinas que funcionan a día de hoy, pero no funcionan para todos. En algunos de esos aspectos, tal vez, podamos mejorar. También podemos prevenir el inicio de ciertas enfermedades, porque tenemos datos y sabemos, por ejemplo, que si actuamos hoy podríamos evitar la enfermedad en el futuro. O lo que también vemos es que en algunas enfermedades, cuanto antes sean detectadas, más fácil es mitigarlas o asegurarnos de que la gente no muera y tenga una mejor calidad de vida.

¿En qué dirección podría ir?

La idea es movernos hacia la mejora de la medicina preventiva. Así que, en general, creo que avanzamos hacia una mejor calidad de vida y mejores resultados de salud. No necesariamente podemos curar a todos, pero al menos podemos tratar de prevenir algunas de las cosas u ofrecer un tratamiento que sea más sostenible y ofrezca la oportunidad de interactuar con la gente o de ser parte de la sociedad en la que ahora, en estos días, la gente enferma está, a veces, completamente aislada.

¿Hay algún tipo de patología, como el cáncer, que tenga prioridad?

No. Sin embargo, hay algunos planes específicos para tratar de derrotar el cáncer. También hay otros que miran a enfermedades como la diabetes o la salud mental. Son áreas de acción en las que trabajamos. La inteligencia artificial puede ser parte de eso. Vemos que la IA está más avanzada o es más fácil de introducir en la radiología. Así que los radiólogos podrían detectar más fácilmente si hay un indicio de cáncer. Se avanzaría en un diagnóstico temprano, porque sabemos que algunos cánceres llegan a un punto en el que son terminales y si son detectados antes puede ser suficiente para salvar al paciente.

¿Qué nivel de prevención se podría alcanzar?

En algunas enfermedades puede llegar a ser muy temprano. Por ejemplo, hay estudios que investigan indicios de alzheimer o de parkinson a través de la voz. En ese sentido hay algunas situaciones en las que estamos más cerca del escenario preventivo mientras que en otros estamos enfocándonos principalmente en el curativo. Parte de eso tiene que ver con la tecnología y la política. La mayoría de nuestros sistemas de salud invierten en infraestructuras lo cual es bueno, por supuesto, pero sería mejor si gastáramos más dinero en prevención. Para eso necesitamos cambiar, como ciudadanos, la forma en la que observamos nuestra salud.

Va a requerir una adaptación a gran escala. ¿Cómo la plantean?

Hay dos variables. La aplicación de la IA y los datos que se necesitan para lograrlo. Hay iniciativas como el espacio europeo de datos sanitarios en las que se están haciendo pruebas, pero todavía nos hallamos en el principio. Cuando hablamos de la salud, la ciudadanía piensa en los datos clínicos pero no en lo que comen, dónde viven y en calidad del aire. Son datos que estamos integrando en nuestro análisis para aplicar la IA en el sistema sanitario. Tenemos que trabajar con los sanitarios y pacientes para que sean conscientes de las oportunidades y posibilidades. Y al mismo tiempo nos tenemos que asegurar de que la IA existente encaje en el sistema. Si llega algo que no encaja en el proceso al que la gente está acostumbrada no lo utilizarán. Por ello necesitamos ese diálogo, para poder integrarnos en el sistema.

¿Se trata más de adaptarlo que de revolucionar la sanidad?

Sí, necesitamos una revolución gradual. Es como cuando hablamos de coches autónomos. No han llegado de la nada, han pasado por un proceso. Todo dependerá de las prioridades políticas, de la disponibilidad tecnológica y del presupuesto.