En enero de 2017, la izquierda abertzale decidió reorientar Sortu, la formación heredera del MLNV que el Tribunal Constitucional español legalizó cinco años antes tras los tiempos proscritos de la Ley de partidos. Fue entonces cuando en la nueva ejecutiva de esta formación surgieron, junto a pesos pesados de la organización –Rufi Etxeberria, Arnaldo Otegi, Gorka Ortiz de Guinea, Floren Aoiz o Elena Beloki–, valores emergentes con especial proyección futura. Entre estos nuevos líderes figuraban tres de los dirigentes que más peso y autoridad han alcanzado pasado el tiempo; Arkaitz Rodríguez, Gorka Elejabarrieta y Pello Otxandiano.

El “nuevo Sortu”, como calificaba Gara al plantel surgido en el “congreso” de la “refundación”, dibujaba no solo los cuadros humanos que dirigirían el rumbo de los herederos de Batasuna sino que, además, trazaba la línea estratégica y la táctica en la que plantearía su propuesta política.

Para entender la metamorfosis experimentada hoy por la izquierda abertzale es preciso escarbar un poco en las hemerotecas y volver a aquel congreso, porque lo que allí se decidió y se dijo explica meridianamente la transformación observada por la herramienta electoral utilizada por Sortu. Es decir, EH Bildu.

La clave argumental de todo el proceso la explicó –como era de esperar– Arnaldo Otegi. Recuperamos aquí algunas de sus palabras para constatar la verosimilitud del planteamiento.

Otegi echaba mano de un antiguo refrán chino para resumir lo que en aquel momento pretendía Sortu: “Si corres riesgo de perderte en el camino, es mejor volver para atrás y encontrar el punto de partida”. En ese alto en el camino debían cambiar modos de hacer y caras protagonistas para corregir los errores cometidos. “Hay –decía entonces Otegi– talento, energías, ganas y voluntad de hacer las cosas de otra manera en este país” desde parámetros de izquierda y populares.

“Para seguir avanzando”, el entonces secretario general de Sortu –más tarde coordinador general de EH Bildu, cediendo el relevo a Arkaitz Rodríguez– indicó que “tenemos que convencer a una mayoría del país. No se pueden hacer revoluciones desde arriba. Las instituciones no son la vanguardia sino la retaguardia”. “Hasta ahora habíamos pensado que entrando a gestionar algunos gobiernos haríamos los cambios desde el Boletín Oficial pero los cambios se operan realmente en la mente de la gente, y para eso hay que trabajar, hablar, convencer y también saber escuchar. Las instituciones solo vienen a ponerle sello al cambio que ya se ha producido antes en la mente de la gente”. “No hay estrategias lineales, ni de única fase, ni milagrosas”. Y para huir de los dogmatismos, Otegi utilizó una cita de líder de las FARC colombianas, Rodrigo Londoño, Timochenko: “No es más revolucionario quien lanza las consignas más revolucionarias, sino quien sabe levantar las banderas más adecuadas en cada momento”.

Desde ese momento, la izquierda abertzale comenzó a izar nuevas banderas. Ya no se denominaría “abertzale” sino “independentista”, EH Bildu dejó de ser una coalición de partidos para convertirse en una organización “abierta” –pero sometida al control de Sortu– . La relación política con los partidos del Estado dejaría de ser combativa para transformarse en colaborativa. Buscarían alianzas “homologables” de la izquierda tradicional para propiciar un blanqueamiento de su prestigio. Primero de la mano de Pablo Iglesias. Después, con la acción mancomunada con Esquerra Republicana de Catalunya y, finalmente, con el decidido apoyo a los gobiernos de Pedro Sánchez, a los que apoyaron hasta en seis ocasiones en su proyecto de estabilidad y previsión presupuestaria.

Su nuevo camino les ha reportado tensiones. Una parte de su masa social, la representada por una fracción significativa de su juventud tradicional se ha divorciado del proyecto, encapsulándose en un grupúsculo revolucionario comunista cuya disidencia apenas le generará daños. Sobre todo cuando mantiene al conjunto de su parroquia cohesionada con éxitos parciales como el conseguido con el fin del alejamiento del colectivo de sus presos, un “nervio” fundamental en el corpus social de los hoy “independentistas”.

El aggiornamento o el paso de crisálida a mariposa se ha acelerado notablemente en la preparación de las elecciones autonómicas. Cambio de imagen, de discurso, de protagonistas. La mutación ha sido plena. El objetivo era una ambición largamente soñada en la izquierda abertzale: acabar con el PNV. Acabar con él para sustituirlo. El enfrentamiento directo con los jeltzales no había dado los frutos apetecidos en el pasado. De ahí que había que intentarlo de otra manera. Ganar la revolución con la moderación. Utilizando banderas de conveniencia que hicieran desaparecer las sombras de una trayectoria política que espantaba a los electores.

Tenían que superar aquella visión antipática con regusto autoritario que dejó su breve episodio gubernamental en Gipuzkoa. Así, han lavado su imagen, la han dotado de mercadotecnia, han atemperado su discurso. Hablan como siempre ha hablado el PNV. Han imitado su figura, sus actos, sus colores. Hasta han fijado su sede electoral de mañana domingo a escasos 200 metros de Sabin Etxea. Parecerse al PNV para sustituir al PNV. Pero aportando la lozanía de una organización nueva. Sin pasado.

Lo hemos visto en la evolución de una campaña en la que muchos de los discursos podrían haber sido sacados de la más pura tradición nacionalista. Las apelaciones a los “acuerdos de país”, a la “gobernanza colaborativa” y a “un nuevo estatus que contenga el reconocimiento nacional, la bilateralidad y el derecho a decidir”. En muchos ámbitos, la propuesta de EH Bildu ha sido un clon de la doctrina tradicional del PNV. Muchos sí, pero no todos. La asignatura ética sigue estando pendiente para los de Otxandiano. Y ahí es donde la “marca blanca” de la izquierda independentista revela su realidad oculta. Por mucho que se obstinen en enterrar el pasado en el olvido, su vínculo con la oscuridad de su trayectoria siempre aflora. Porque en su convencimiento íntimo no renuncian a ella.

Nadie sabe si el electorado vasco ha reaccionado y despertado de su letargo vaticinado en todas las encuestas. También se desconoce si, en el caso de que los indecisos –cerca de un 20%– decidan finalmente votar mañana, a quién beneficiará su movilización. Los politílogos apuntan una cosa; que será el PNV quien más sufragios de última hora recabará. Pero tal vaticinio es una conjetura pues nadie sabe en verdad qué papeleta se esconderá tras los sobres de los últimos reflexivos.

Todo está en el aire. Como nunca estuvo. Habrá que ver hasta dónde le golpea al PNV el desgaste de confianza que se percibía en los estudios sociológicos. Los jeltzales han intentado por todos los medios a su alcance recuperar la confianza perdida de una parte del electorado que se ha distanciado de ellos por razones diferentes. Desde quienes argumentan su indecisión en la insólita razón de “estar cansados de ver siempre a los mismos gobernando”, hasta quienes se han sentido defraudados o desatendidos de manera particular por aspectos singulares de la gestión de los nacionalistas. Todo ello en medio de un clima en el que una mayoría consultada en encuestas valora positivamente la acción gubernamental y en el ámbito individual define su situación vital como “buena”. Sorprendente. Sensación de bienestar y, en paralelo, estado de queja. Diré, sin más calificativos, que somos así. Contradictorios e inconformistas. Veremos si en esa paradójica circunstancia quienes sostienen que “les da igual quién gobierne” terminan por inclinar la balanza de unas elecciones cuyo resultado final repercutirá en la calidad de vida de todos.

Mañana se despejará, igualmente, la incógnita del nivel de crecimiento de las listas presentadas por EH Bildu. Todo apunta a que el cartel electoral de Sortu obtendrá un relevante resultado. Lo que parece evidente es que, pasada la carrera electoral, la estrategia de metamorfosis quedará en suspenso el lunes 22. Pasado mañana recobraremos nuevamente la imagen verdadera de la “izquierda abertzale”. La que volverá a instalarse en el “no”, la de la “oposición a todo”, la que volverá a la pancarta y a deslegitimar todo proyecto constructivo que se presente “en esta parte del país”. El lunes volverá Sortu, a cara descubierta. Pensemos en ello. Pongamos el despertador para mañana. De lo contrario, tal vez en lo sucesivo nos veamos obligados a colgar nuestra basura de un poste. Y eso, a mí no me da igual. Miembro del Euzkadi Buru Batzar del PNV