Las conferencias que imparte llevan por título Cómo educar en un mundo con más pantallas que ventanas. La primera pregunta está clara. ¿Cómo lo hacemos?

Lo primero que planteo es la diferencia que existe entre atención sostenida y fascinación pasiva. Hay mucha confusión. Pensamos que empapelando las paredes de las escuelas y los hogares con pantallas estamos ayudando a los niños a prestar atención, pero es justo lo contrario. Lo que les ayuda a prestar atención es bajar el nivel de estímulos para ayudarles a ajustarse a la lentitud de la realidad. Con la fascinación pasiva, el menor no presta atención, está a remolque de los estímulos frecuentes e intermitentes. En cambio, con la atención sostenida, el niño está a la expectativa de la realidad, está dispuesto a esforzarse, a dejarse medir por la realidad.

Y la mayoría de los colegios han apostado por la fascinación pasiva y han llenado las aulas de pantallas.

Así es. Cuando un colegio digitaliza sus aulas, apuesta por la fascinación pasiva. El niño con una tableta está a remolque y se convierte, podíamos decir a modo metafórico, en un puerto USB más del dispositivo, igual que la impresora. Los algoritmos, y no el niño, son los que llevan las riendas.

Entiendo que usted es partidaria de eliminar las tabletas y Chromebook de las escuelas e institutos...

Suelo plantear una pregunta. ¿Dónde está el peso de la prueba? ¿En los que abogan por la prudencia o en los que están introduciendo dispositivos alegando que contribuyen al aprendizaje? Estamos hablando de algo que no está demostrado científicamente. Al contrario. Cada vez hay más estudios que hablan de los efectos negativos colaterales del uso de las tecnologías sobre los que se hace la vista gorda. El peso de la prueba recae en las empresas tecnológicas y no en los investigadores y los padres que estamos observando esos efectos. ¿Por qué no se pidió que las empresas hicieran esas pruebas cuando se introdujeron las tecnologías en las aulas? Es una gran pregunta que nos deberíamos hacer como sociedad. ¿Por qué nos hemos lanzado sin pensar en las consecuencias? Tenemos una obsesión por el progreso y la modernidad y cualquier cosa que suene a innovación la aceptamos sin hacer ningún planteamiento profundo. Y no solo debemos hacer un postmorten sobre el uso de pantallas, sino también sobre nuestra actitud ante la educación. ¿Por qué no exigimos que esté basada en las evidencias? ¿Por qué tratamos la educación como si fuera un campo de experimentos? ¡Son nuestros hijos! ¿A quién se le ocurre decir que se puede dar morfina a un niño de un año en el biberón para calmarle porque no hay evidencia del contrario? Ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Puede haber daño, pero, como no lo has probado aún, debes ser prudente.

¿Estamos a tiempo de dar marcha atrás? Tengo la sensación de que el uso de pantallas en las escuelas es imparable.

Esto es un escándalo. No puede ser que una persona que acude a un centro público porque no puede elegir otro se le imponga eso. Debería de haber una línea no digital a la que puedan optar las familias. Aun así, creo que es cuestión de tiempo para que haya un cambio de mentalidad. El final de la historia lo conocemos. En EEUU el año pasado se pusieron en cuestión las redes sociales y el impacto que tienen en la salud mental de nuestros jóvenes. Este año, nos estamos dando cuenta del daño que hacen los smartphones en los menores. El año que viene vamos a ir a por las tabletas en las escuelas. Lo que ocurre es que en España vamos con un decalaje de 6-12 meses con respecto a lo que se ve, se hace y se decide en EEUU. Cómo dice Francisco Villar, cuando quitas el smartphone y la tableta, “la vida brota”. Es difícil quitar a una persona adicta un estímulo que necesita para su adicción. No sólo lo pasa mal el menor, sino también el padre y la madre, pero a la larga será una solución adecuada y mejor.

¿Cómo le damos la vuelta a la tortilla?

Abogo por aplicar el lema de Nike: Just do it. Hazlo. Si ves que tu hijo no está bien con el smartphone quítaselo. Hay que liarla junto con los colegios. En muchos casos están atados de pies y manos con las tecnológicas. Estoy soñando el día en que se publique un contrato de una empresa tecnológica con un colegio, intuyo que veremos cláusulas de exoneración de responsabilidad y de compromiso de permanencia que impiden a los colegios dar marcha atrás. Hay decisiones que han tomado colegios sobre las que habrá que depurar responsabilidades.

¿Cuáles son los principales perjuicios del uso de las pantallas? Se habla de un claro retroceso en comprensión lectora.

Es uno de ellos, sí. Al principio la gente decía que nos encontramos lo mismo offline que online. Y eso no es verdad. La pornografía, por ejemplo, no es lo mismo lo que hay en online que lo que hay offline. En lo online ella busca a nuestros hijos, no son ellos los que la buscan. Tampoco es igual en el caso de la lectura. No es verdad que nuestros hijos están con smartphones para leer a Dostoievski. Y no es verdad que cuando están leyendo un texto online no están distraídos por las otras ventanas que hay abiertas. Tener una pantalla, una tableta o un Chromebook fomenta la multitarea tecnológica y eso interfiere en el aprendizaje. La brecha lingüística es una consecuencia clarísima de haber digitalizado la educación. Un niño que está en redes sociales está perdiendo oportunidades para hacer una lectura tranquila, lenta. Los niños que no leen tienen déficit de palabras, poco vocabulario y entonces no les interesa leer una novela compleja porque no la entienden. Es un círculo vicioso. Pensamos que prohibiendo el móvil les estamos restando oportunidades y es lo contrario: les estamos dando oportunidades. Hay un coste de oportunidad de perderte la vida delante de una pantalla. Pierden oportunidades de relaciones interpersonales ricas, están excesivamente pendientes de lo que los demás piensan de ellos, se deprimen por no llegar al estándar de belleza artificial que permiten los filtros, no tienen tiempo para hobbies, les afectando negativamente al aprendizaje. En definitiva, se están perdiendo la vida en línea.

Pero la responsabilidad no es sólo de las tecnologías. Tengo la sensación de que los padres y madres llenamos sus agendas de extraescolares, para que no se aburran ni en el rato del patio del comedor.

Esto que dices es consecuencia de haber entrado en el círculo vicioso de la diversión. Cuando estás sobrestimado dejas de interesarte por la realidad de forma natural, de asombrarte, pasas a depender de estímulos externos, y cuando no hay estímulos, te apalancas y te aburres. Ante eso hay dos opciones : atención sostenida o fascinación pasiva. O bajamos el ritmo para que vuelvan a prestar atención sostenida, o empapelamos de pantallas las paredes para competir con los estímulos. Y con ello subimos el umbral de sentir y el niño deja de sentir.

¿Estamos sobreprotegiendo a nuestros hijos?

En el mundo offline estamos sobreprotegiendo a los niños, sí. Queremos saber dónde están en cada momento, qué hacen... Y, sin embargo, en el mundo online tendemos a abandonarles.

Recientemente ha habido un movimiento en varias autonomías para retrasar la compra de un smartphone. Incluso se plantea la prohibición del móvil como pasa con el tabaco o el alcohol. ¿Cuál es su postura?

No creo que las empresas tecnológicas y el Estado tengan que entrar en los hogares. Defiendo la libertad educativa y que cada padre y madre decida cómo quiere educar a sus hijos. Los primeros educadores son los padres; pero para no dejarles fuera de juego hemos de regular la industria. Y pienso que la historia irá así y llegará el día en que no se pueda vender un dispositivo a menores de 18 años como no se puede vender tabaco y alcohol. No podemos prohibir todo, pero sí debemos proteger a los menores. No se puede prohibir el uso de un smartphone en la calle, igual que no podemos controlar el consumo de alcohol en las casas, pero sí en un centro educativo, porque es un lugar en el que se entiende que debe haber un contexto favorable al aprendizaje. Hay una razón de peso para prohibirlo en las aulas, en el patio… pero a la salida del colegio, el Estado no puede vigilar a los ciudadanos. Ahora bien, el dilema de “educar o prohibir” es un falso dilema. Todo lo que hacemos para educar a nuestros hijos implica una prohibición: no les dejamos que cojan un cuchillo o toquen el radiador cuando son pequeños, que lleguen a casa a las 6 de la mañana con 10 años... No se puede educar sin prohibir, ni prohibir sin educar.

Para terminar, ¿Qué consejo le daría a las familias?

Que diseñen un plan. Si creen que el smartphone y la tableta están perjudicando a su hijo, deben quitárselo. Ahora bien, no podemos quitarlo sin dar alternativas: lectura, cocina, música, deporte, excursiones y, sobre todo, tiempo con ellos. Un niño de Primaria prefiero estar con sus padres que estar con Fornite. Hay que pasar tiempo con ellos. Cuando utilizamos la tecnología como una nanny barata, la factura sale muy cara. Las empresas tecnológicas no están en el negocio de entregar contenidos, sino en el negocio de entregar la atención de los que consuman sus contenidos a los que los patrocinan. En línea no hay nada gratuito. Pagan nuestros hijos con su atención.