Pedro Sánchez está dado de alta. Aquella afección sicológica-familiar-victimista que paralizó a todo un presidente de Gobierno, enmudeció a una mayoría parlamentaria, conmocionó las entrañas de un partido centenario, agitó a los medios de comunicación y, sobremanera, irritó a su oposición, apenas le ha durado cinco días. Felizmente recuperado para su particular causa, el presidente vuelve por donde solía. Reaparece enarbolando la bandera de la regeneración ética como eficaz antídoto ideológico que le permite cargar contra todos sus enemigos, ese batallón que le tienen más ganas que nunca tras destapar la treta de su reflexión en el diván de La Moncloa junto a su esposa.

En el arranque de la resaca posterior a su hilarante anuncio de seguir en la batalla y a la espera de las medidas concretas contra jueces y medios derechizados, Sánchez se ha olvidado de los males que le arrastraron al supuesto abatimiento. Lo ha hecho como tenía previsto en el guion tras destaparse su estratagema. Como punto de partida, un par de entrevistas donde hay confianza sin preguntas inquisitorias de por medio. Luego, un baño de masas para contribuir a esa rutilante victoria del socialismo en Catalunya que aplaque la euforia del PP ante las europeas y, de paso, plante cara al independentismo cuando llegue la hora de cambiar cromos. Queda así al descubierto que la persecución judicial y mediática hacia su entorno familiar no ha dejado secuela alguna en el presidente.

El efectista golpe de Sánchez tampoco ha amilanado a sus enemigos. Frente al indescriptible alivio en la familia socialista y en Sumar, sus críticos han afilado la lengua. No hay espacio para la enmienda ética. Bien es cierto que tampoco se conocen sus medidas correctoras, más allá de perseguir la apestosa por reiterada renovación del Poder Judicial y de señalar a la fachosfera. Pero en un escenario de desgarrada beligerancia, suena a quimera. Humo. Sirva la celebración del 2 de Mayo en la Puerta del Sol para despejar cualquier duda. Una Ayuso sin recato alguno para presidir hasta un desfile militar carece de la más mínima voluntad para propiciar siquiera un señuelo de armisticio. Y con ella ese corifeo mediático que le asiste subyugado.

Hay ganas de pelea desde la derecha. Quizá la jocosa triquiñuela de Sánchez ha limitado la última línea roja en Génova. Posiblemente porque había anidado en el entorno de Feijóo un desenlace apetecible, que ha acabado, en cambio, por el desagüe de la desilusión. Por todo ello, enrabietados, los populares estrecharán sin desmayo el cerco sobre el presidente y Begoña Gómez, conscientes de que hay causa suficiente para el desgaste progresivo. Eso sí, mientras tanto deberán enjugar el sopapo electoral que les supondrá el holgado triunfo que Salvador Illá conseguirá el 12-M. En paralelo, mantendrán las espadas desenfundadas ante el sesgo que adopten las negociaciones para el futuro Govern. En el cuartel general del PP se maneja como única hipótesis que el PSC permitirá gobernar a Carles Puigdemont. A partir de ahí, rayos y truenos.

Dudas tras el 12-M

Más allá de las intencionadas elucubraciones del PP, no exentas de sal y pimienta, todas las hipótesis sobre el futuro político catalán desprenden emociones fuertes y demasiada incertidumbre. Nada ya es igual que antes. Son elecciones autonómicas, sí, pero con la capacidad innata de condicionar absolutamente la estabilidad de la política española. Ahí radica el riesgo de equivocarse con los pronósticos más tópicos. Salvo la fotografía de un Illa radiante, el resto de los escenarios fluyen contaminados porque es imposible disociar la repercusión de estas urnas en Madrid. De momento, nadie parece intuir un entendimiento final entre la familia independentista, aunque su facción más xenófoba aporte los escaños suficientes. Las descalificaciones entre ERC y Junts solo son comparables a las críticas que comparten hacia el candidato socialista, como claro enemigo a batir, y hacia el gesto de Sánchez para la galería. Estos partidos soberanistas acarrean demasiadas afrentas mutuas para imaginarse una futura coalición gobernante más allá de que sus escaños se alejan de la necesaria mayoría absoluta. A partir de ahí, todo un rosario de combinaciones que, no obstante, aparecen teñidas de aviesas intenciones por la culpa siempre comprensible de los intereses que persiguen. Un ramillete de opciones donde siempre tiene hueco la posibilidad de asistir a la repetición electoral por la fundada amenaza del bloqueo político.