La credibilidad es un factor básico, en la política como en la vida. En contra de algunas creencias, la credibilidad no siempre hay que ganársela, a menudo basta con aparentarla. Si no, los negacionistas y terraplanistas varios no tendrían tantos adeptos ni existirían líderes políticos como Trump, Milei, Putin, Bukele y tantos otros. Algunos bien cercanos. De cara a unas elecciones es necesario ser creíble, y las campañas están para eso. O no. Frente a la imagen de credibilidad que presenta Imanol Pradales avalada por su experiencia de gestión, cada partidos ha buscado la suya. Tenemos, por ejemplo, a la izquierda que se presenta no ya dividida sino totalmente rota bajo nombres de falsa unidad como Elkarrekin y Sumar. El PP, por su parte, pasa abiertamente de ser o parecer creíble, no le importa: la hipérbole catastrofista le vale. En el caso del PSE, se presenta bajo el extraño lema Vota al que decide. Todo eslogan es interpretable, pero este remite a que se reclama el apoyo al que no va a ganar pero teóricamente va a decidir quién va a gobernar con su apoyo: PNV o EH Bildu. De ahí que se haga difícil creer a Eneko Andueza cuando niega una y otra vez que vaya a acordar con la coalición de Otegi. El caso más claro de credibilidad impostada, sobrevenida o transmitida por ósmosis era el de Pello Otxandiano, como se ha visto en las últimas horas. EH Bildu pensaba que le bastaba una campaña de marca blanca, diseñada como por inteligencia artificial, beatífica y angelical, sin ruido. Que con descalificar como “barro” los temas incómodos o para los que, como el de ETA, se tiene una respuesta impresentable serviría para desactivar los debates. Y puede que tuviera razón, a la vista está. De ahí que Otxandiano se haya pasado la campaña apelando a etéreos grandes “acuerdos entre diferentes sin exclusiones”. Eso mola. Claro que luego ha excluido a este periódico y al Grupo Noticias a la hora de dar entrevistas en la campaña. Quien aspira a ser lehendakari de todos los vascos y vascas finge no saber qué es terrorismo y tiene nulo respeto por decenas de miles de lectores y oyentes. Y votantes. Credibilidad, qué bonita palabra.