Últimos días de una extraña campaña electoral. Reducida a la mitad por acontecimientos que no sé cómo llamarlos, si extra o supra políticos: Copa del Athletic, fallecimiento del lehendakari Ardanza, tambores de guerra en Oriente Medio y precampaña catalana que sí pero que no, todo junto ha terminado por afectar su normal desarrollo, casi hasta la irrelevancia. Esa tibieza favorece a quienes “a lo bajini”, que diría Iñaki Williams, esperan que todo les salga bordado, sin apenas coger el hilo, la aguja o el dedal. Oi Pello, Pello.

Una implacable andanada de sondeos que hacen salir corriendo para ponerse a cubierto a cualquiera que no simpatice con la izquierda abertzale auguran que el 22 de abril, salvando lo improbable, todo seguirá igual si hablamos de la continuidad de un Gobierno Vasco conformado por EAJ/PNV y PSE. Ese resultado tranquilizaría a quienes reconocen el potente auge de Bildu y se consuelan pensando que si a veces los remansos del río son turbios, la corriente principal fluye con suficiente claridad.

Pues no lo veo tan claro. Al contrario, creo que la corriente principal –turbia o clara es otra cuestión– discurre por el cauce de la izquierda soberanista pues estamos asistiendo a un cambio de época impulsado por esa vieja enfermedad de difícil cura que es el descontento.

No detecto que las críticas a Osakidetza, al sistema educativo, a las políticas de vivienda, a las infraestructuras en ejecución o proyectadas, a la inseguridad ciudadana o al barullo policial sean vistas por los ciudadanos como síntomas de descomposición política. Unos ciudadanos vascos que afirman vivir bien y en términos generales estar bien administrados (ocho de cada diez), lo que se confirma si atendemos a los índices de paro (los más bajos del Estado), ingresos familiares (los más elevados junto con Madrid), lo anecdótico de la corrupción política, que no ha merecido siquiera mención durante la campaña (ni comparación con Madrid). Hablas con los empresarios y anuncian que la economía, industria incluida, marcha a buen ritmo, y “por lo bajini” –¡no me lo van a creer!– que la relación con ELA es fluida. Aunque, claro está, hablamos de las empresas privadas, no de los servicios públicos donde el sindicalismo se muestra intratable. ¿Será porque entienden que el dinero público no es de nadie?

Entonces, si las cosas van bien, ¿cuál es el motivo de ese descontento que parece flotar en el aire? No encuentro un contenido social sino emocional en las críticas a Eusko Jaurlaritza, en realidad al PNV pues el PSE se pone a resguardo cuando arrecia la campaña contra la acción del gobierno, como si no fuera compartido. La gestión de Osakidetza es mejorable y ya se han puesto las pilas con las últimas convocatorias de plazas funcionariales, quizás con retraso, pero a tiempo de enderezar la situación. Las obras públicas en nuestro país siempre han sido objeto de virulenta y hasta asesina oposición... para ser luego universalmente utilizadas. Entonces, esas críticas desaparecen… hasta que se anuncia un nuevo proyecto. Estoy por conocer a alguna entidad opositora, partido, organización ecologista, que asuma sus errores cuando se opusieron al metro de Bilbao, autovía de Lei-tzaran, variante de Ballonti, incineradora de Artigas y tantas obras públicas que han resultado ser tan necesarias como funcionales.

El déficit de vivienda social, lacerante entre la juventud, a pesar de que, de nuevo, estamos a la cabeza de los rankings del Estado, puede superarse si se dirige la acción de gobierno a fomentar el alquiler social. ¿Hay suelo municipal disponible? ¿Hay empresarios dispuestos? ¿Cuáles son las prioridades? En este punto aprecio una de las fortalezas del programa de Imanol Pradales, al igual que en las políticas de infraestructuras. De la Ertzaintza poco hay que decir. Ante la actuación autodestructiva de agentes policiales sindicados y asindicados, me lamento como el profeta Jeremías 2:13: “Y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua”. Buenos salarios, enorme absentismo laboral, escasa motivación han convertido en apenas cuarenta años un proyecto ilusionante, una policía de nueva planta –algo fuera de lo corriente en nuestro entorno– en una maquinaria burocrática que ha adoptado casi todos los vicios y muy pocas de las virtudes de policías añejas.

Pero hablaba de emociones y las emociones en política cuentan, cuentan mucho. De María Antonieta, reina de Francia, se extendió el rumor de que ante la escasez de pan en París había dicho: “Si no hay pan, que coman pasteles”, palabras que nunca pronunció. Era un infundio de los haters de la época que en un ambiente de descontento propició la Revolución Francesa y su propia ejecución en la guillotina. En aquel caso el descontento tenía cierto fundamento, existía desabastecimiento, enorme deuda soberana y la monarquía era sorda a la incipiente presión democrática de la burguesía, pero, como historiadores contemporáneos han aclarado (recomiendo el excelente ensayo Ciudadanos, una crónica de la Revolución francesa, de Simon Schama-Ed. Debate), no lo suficientemente graves como para propiciar por sí solos un cambio de régimen. Hizo falta que los revolucionarios crearan un estado de ánimo de descontento, esa vieja enfermedad de difícil pero no imposible curación.

Capitulación de la izquierda abertzale

A través de los años, y conforme a la moda de cada momento, se ha achacado a EAJ/PNV muchos y contrapuestos errores: acuerdo con los “españolistas” del PSOE Y PP, en Euskadi o en Madrid; construcción y gestión de unas instituciones (Gobierno y Parlamento vascos) que “dividían” Euskal Herria y perpetuaban la sumisión a España y Francia; infraestructuras que trituraban nuestro territorio; neoliberalismo económico; atlantismo político militar; euskaldunización a medio gas; educación favorecedora de las entidades privadas o religiosas; y no sigo porque la cara de cada una de estas monedas tiene su correspondiente cruz cuando la izquierda abertzale, ahora Bildu, está proponiendo lo que EAJ hace tantos años viene haciendo y sin decir nunca “que coman pasteles”.

En resumen, que la izquierda abertzale está llevando a cabo una capitulación al por mayor que vende como una victoria gloriosa. Pero ese no es el quid de la cuestión pues el caso es que hay los suficientes ciudadanos vascos dispuestos a comprar esa mercancía de segunda mano por diversas y sencillas razones fáciles de entender. Cada día gallina amarga la cocina, o la sensación de una parte de la sociedad de que hay que variar la dieta, que el PNV lleva demasiado tiempo gobernando y un cambio a un menú más salpimentado vendría bien. No quiero apoyar a políticos carreristas profesionales, dicen otros, los más jóvenes, como si no lo fueran ya los funcionarios de la izquierda abertzale, empoderados en ayuntamientos y cargos de representación, acomodados al sistema.

Confieso que uno de mis refrenos y dudas en votar al PNV, cosa que vengo haciendo en el último cuarto de siglo, ha sido un cierto rechazo al engreimiento y soberbia política que apreciaba en el partido jeltzale. Cuando observo la conducta casi franciscana de los representantes, que no dirigentes verdaderos, de Bildu me parece que mejor un handiki que un fraile con daga bajo el hábito, porque bajo llamadas a la concordia se esconde el más monumental ajuste de cuentas políticas que podamos imaginar. Si algo ha sido constante en la izquierda abertzale no lo han sido sus propuestas tan volubles de construir la nación vasca sino su animadversión contra el PNV, fortaleza a demoler y luego se verá.

Sí, creo que estamos a las puertas de un cambio de época. Gane quien gane las elecciones la política vasca cambiará, ya está cambiando, pero no lo duden, el PNV puede una vez más liderar ese cambio. Yo, desde luego, no lo dudo y por eso les votaré porque, aunque difícil, el descontento tiene cura.