Mes y medio de primavera queda por delante antes de que llegue el verano, el momento álgido del turismo. En paralelo al desbocado crecimiento de esta actividad aumenta el descontento, que en muchos casos se traduce en contestación en aquellos lugares donde adopta formas de invasión, desfigurando la vida local por completo. Recientememente, llamó la atención la gran movilización de los canarios contra el modelo de masas que funciona en las islas bajo el elocuente lema ‘Canarias tiene un límite’. Se están ensayando nuevas formas de disuasión que, básicamente, se reducen a dos: limitar la oferta de alojamientos o atacar al bolsillo del turista. Amsterdam y Venecia ofrecen dos ejemplos recientes. La ciudad holandesa no va a autorizar más hoteles si no se cierran otros y va a gravar la tasa turística hasta el 12,5% del precio de la pernoctación. Venecia ha sido más audaz y ha implantado el primer peaje del mundo por entrar en la ciudad para los que no tengan reserva de hotel; cinco euros por persona. ¿Se imaginan pagar por entrar en la Parte Vieja de Donostia? Esa sensación de que el vaso se ha desbordado es compartida cada vez por más sitios del mundo, lo que está obligando a las administraciones a tomar medidas para controlar el fenómeno pero sin renunciar a él por los importantes ingresos que reporta. No es fácil el equilibrio y esa aspiracion a un turismo sostenible choca con la realidad de una moda irrefrenable.