La preocupación que provoca la guerra de Ucrania en los diferentes países de la UE se expresa con distinta intensidad en función de su posición geográfica. Cuanto más al norte y más cerca de las fronteras con Rusia, con mayor fuerza aflora el peso de la historia, aumentando la sensación de inseguridad. Ese temor a las intenciones ocultas de Moscú es especialmente acusado en los países bálticos, que lícitamente se sienten presas de los sueños de restauración imperial de Putin. No necesitan más pruebas que la evidencia de la invasión de Ucrania, que al igual que ellos aprovechó la caída de la Unión Soviética para romper amarras con Moscú. Desde Euskadi no podemos sentir esa amenaza. Ni la geografía ni la historia contribuyen a alimentar esa sensación. En una reciente entrevista en el diario La Vanguardia, la primer ministra de Estonia afirmaba que para evitar la tercera guerra mundial “Rusia debe perder”, una sentencia que suena excesiva. Los mensajes cada vez más explícitos en favor del rearme de Europa llevan a preguntarse si el clima prebélico que algunos mandatarios propagan es una estrategia para justificar el aumento del gasto militar para alegría del lobby de Defensa o si estamos ante una amenaza cierta que aconseja estar preparados. Más allá de lo que crea cada cual, lo cierto es que casi sin darnos cuenta ya se oyen tambores de guerra.