Se llevan 58 años de diferencia. Son abuela y nieto, y aunque entre generaciones parezcan de mundos completamente distintos, hay algo que les une más allá de los lazos de sangre: el lenguaje universal de la música. Kontxi Irizar y Beñat Askargorta han hecho de las partituras sus compañeras de viaje; la primera abraza el violonchelo, con su mágico y versátil sonido, y el segundo, desliza sus manos con arte preciso sobre el violín. Son un claro ejemplo de que la música no entiende de edades.

555 alumnos y alumnas, de entre tres y más de 70 años, están matriculados en la musika eskola de Bergara, que este curso celebra su 40º aniversario. Cuatro décadas de andadura en las que el centro ha sabido renovarse y adaptarse a los nuevos tiempos.

Comenzó a estudiar solfeo cuando se quedó viuda, y tras coquetear con la guitarra y la txalaparta, quedó atrapada por el chelo. “Me parecía un imposible, pero gracias a una profesora catalana que conocí en los campamentos Crisol de Cuerda, y que la familia me animó, acudí a una clase y lo tuve claro”, cuenta Kontxi. Han pasado cinco años de aquella primera experiencia y esta bergararra, para quien la música es “vida”, forma parte del grupo instrumental de personas adultas que capitanea el profesor Bittor Giral, al igual que su hijo Lauri Askargorta.

“Siempre he tenido curiosidad por tocar un instrumento. Hace cuatro años llegó el momento, me inscribí en la musika eskola y es increíble lo que disfruto”, asegura Lauri, que el pasado noviembre se estrenó en las filas de la banda de Bergara. Se decantó por el saxo; una elección en la que tuvo bastante que ver su ama, que le alentó a probar con este instrumento que tanto le llamaba la atención. “Decía que era un poco tarde para empezar y le respondí que nunca lo es; yo era un ejemplo”, relata Kontxi.

Lauri hizo sus primeros pinitos en la música junto a su mujer, Amaia Aranzabal, sus dos hijos, Jokin y Beñat, y el matrimonio formado por Asier Elorza y Nagore Sanz, y sus hijas Miren y Eider. Dos familias bajo el paraguas de Arragoa Folk taldea, el grupo con el que hasta el año pasado han rodado por diferentes escenarios (las puertas no están cerradas). Amaia lleva pegada al violín desde niña. Es miembro de la orquesta sinfónica de Bergara y ha tomado parte en otros proyectos. “Cuando era txiki, la ama me acompañaba mientras ensayaba en la habitación y al final ella tocaba una pieza; aquello era un premio para mí”, destaca Beñat en un gesto de complicidad hacia su progenitora.

Este joven intérprete se desplaza a diario al Conservatorio de Donostia. Quiere hacer de la música su profesión. “Ahora toca trabajar duro”, apunta. Tiene 17 años y en su currículum figura ya su paso por diversas formaciones como la EIO (Euskadiko Ikasleen Orkestra) y la EGO (Euskal Herriko Gazte Orkestra). En este proceso formativo ha sido “una enorme suerte”, como recalca, tener de profesora a Josune Ena, que imparte el método Suzuki en la musika eskola de la localidad mahonera. Se trata de un efectivo sistema de aprendizaje del violín, a partir de los tres años, que implica a padres y madres.

Kontxi Irizar con su hijo Lauri, nieto Beñat y nuera Amaia, y el profesor Bittor Giral (primero por la derecha).

Tres generaciones de una misma familia

Los hermanos Martxel (nueve años) y Martina (seis) Azkarate López de Lacalle asisten a las clases que dirige Ena (Matxel ha ingresado también en la gazte orkestra). Vienen de una familia en la que la música está muy presente. Su ama Maddalen, que estudió violín en la niñez, se deshace en buenas palabras para Ena: “Es una gran profesora”, insiste. La metodología Suzuki ha demostrado su eficacia en numerosos campos. “Además del instrumento, aprenden a memorizar y reproducir ritmos, a relacionarse con su entorno, a desarrollar autodisciplina, confianza, concentración...”, enumera López de Lacalle.

Acompañado de su inseparable guitarra, el aita de Martina y Martxel, Unai Azkarate, está convencido de que el artista “se hace”. El vocalista de Azkaiter Pelox –acaban de lanzar su nuevo trabajo discográfico Batera hegan– ha manifestado desde pequeño una habilidad particular con la música. Recibió clases de la mano de Iñigo Alberdi, ha participado en cursos de blues organizados por Gaztelupeko Hotsak, y seminarios de jazz a las órdenes de Iñaki Salvador y Gonzalo Tejada. Sin embargo, tiene una asignatura pendiente: “Apuntarme en la musika eskola”, señala.

Quien sí es alumna del centro es su madre, Ana Ilarduia, que al jubilarse decidió experimentar con una disciplina que ya en casa había tenido cierto protagonismo (su padre fue integrante de la banda). “Me di cuenta de que estaba perdiendo algo de ritmo”, expone. En el 2020, guiada por Aitor Aranburu, empezó con la batería, y un año después se matriculó en la escuela. Agarrar las baquetas y golpear los platos con energía no es lo único que sabe hacer Ilarduia. Toca el washboard o tabla de lavar, que es un instrumento de percusión, y el pandero. “¿Cuántas veces he pensado qué es lo que me aporta la música? Podría decir que muchas cosas. Es un sonido que toca el alma”, declara sonriente.

Ana, Lauri y Kontxi coinciden en el grupo de adultos que tiene como director a Bittor Giral, que lleva, a su vez, la batuta de la nueva txaranga que acaba de presentarse en Antzuola. “La música nos permite compartir distintos instrumentos”, comenta el profesor. Y Amaia Aranzabal ensalza las virtudes de hacerlo en grupo: “Tocar con otras personas crea una conexión y unos vínculos muy especiales”.

Agente cultural

40 años sembrando y recogiendo frutos. Evolucionando. Motivando. “Al principio todo estaba enfocado a la educación musical; ahora jugamos también un papel de agente cultural en el pueblo”, incide la directora de la escuela, Marije Ugalde, que se congratula de ver a alumnos, como es el caso de Bittor, siendo parte hoy del equipo docente.

Enriquecimiento de la oferta, unido a un sistema académico que se ha ido flexibilizando. “Cada uno va a su ritmo”, explica Ugalde, antes de poner el foco en la importancia “de los grupos y, sobre todo, en que el alumnado se divierta tocando”. Reivindica, asimismo, el “lugar que le corresponde a la cultura”, y admite que le “obsesiona especialmente” recuperar a las alumnas y alumnos que “han pasado por la musika eskola, que durante años tocaron un instrumento que aparcaron por los estudios, pero que lo guardan en casa”. “Sería bonito formar grupos o que se unieran a los existentes, y retomaran la música de forma activa. Supongo que algunos no dan el paso por vergüenza o porque creen que ya no van a ser capaces. Lo aprendido no se olvida, es cuestión de animarse”, sentencia Ugalde.

No hay que tener un talento especial para atreverse a tocar un instrumento. Además, nunca es tarde.