La dura debacle sufrida por el partido AKP liderado por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, en las elecciones municipales celebradas en este país el pasado domingo obedece a razones políticas, sociales y de gestión económica con consecuencias desastrosas para amplias capas de la población y apuntan claramente a un nuevo escenario de cambio y relevo en el poder. Erdogan, que está a punto de cumplir una década como presidente, a los que hay que sumar otros once años como primer ministro entre 2003 y 2014, ha impuesto un régimen autoritario y de fuerte inspiración islamista que finalmente comienza a resquebrajarse, dificultando sus indisimulados anhelos por encadenar un nuevo mandato, para lo que además necesitaría reformar la Constitución. Los comicios locales han tenido lugar en un escenario complicado de crisis económica, fuerte polarización y con la oposición amordazada. Aun así, los resultados electorales, en los que Partido Republicano del Pueblo (CHP), de ideología socialdemócrata, ha vencido al islamista Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan por algo más de dos puntos y un millón de votos, logrando la victoria en plazas clave como la capital Estambul y Ankara, muestran un claro descontento social. Con una inflación desbocada que ha provocado un fuerte deterioro en las condiciones de vida de la población, en especial la más vulnerable, el electorado turco ha lanzado un claro mensaje a Erdogan en forma de voto de castigo por su gestión. Al mismo tiempo, surge fulgurante la figura de Ekrem Imamoglu, líder socialdemócrata que ha revalidado su cargo de alcalde de Estambul con once puntos de ventaja sobre el candidato del presidente turco, que se había empeñado en cuerpo y alma en recuperar una plaza que perdió en 2019 y de la que él mismo fue regidor. Erdogan reconoció ayer su derrota y prometió identificar las causas y “corregir errores”. Deberá entonces reflexionar tanto sobre su gestión económica como sobre su deriva cada vez más autoritaria y represiva y también sobre su discurso y orientación de mayor impronta islamista, lo que, a su vez, ha alimentado a la formación YRP, más extremista aún, y ha ahuyentado a sectores más moderados en el aspecto religioso. En cualquier caso, Turquía se adentra en un largo periodo de incertidumbre.