Se celebren las elecciones donde se celebren, habita en nosotros una tendencia irrefrenable a establecer con solemnidad la apertura de nuevos ciclos históricos cada vez que la ciudadanía acude a las urnas. Así, a botepronto, recuerda uno los inminentes sorpassos de Podemos al PSOE y de Ciudadanos al PP en España, que traerían además consigo la definitiva desaparición de ese bipartidismo que ahora vuelve a España. O la irrupción de Syriza, organización llamada a liderar un cambio radical de rumbo, no solo en Grecia, sino en toda Europa. Duró lo que duró. Aquí, más cerca, ante la impresionante irrupción de Bildu en 2011, sobre todo en Gipuzkoa, se presagió también el inicio de una etapa que sería duradera. Ante aquella corriente de opiniones rotundas, pocos osaban a decir ni siquiera que ya se vería. Y ya se vio.

Ciertamente, lo que sucedió en las elecciones del domingo es de gran calado, como lo es todo lo acontecido en este ciclo electoral que terminará con las europeas. Pero plantear el escenario futuro con el determinismo que algunos están dibujando parece cuando menos aventurado, porque, como queda dicho, la realidad termina por desmentir frecuentemente los más juiciosos augurios. El PNV está sufriendo un importante desgaste, está mostrando las costuras en muchos municipios donde otrora fue hegemónico y, lo que es peor para ellos, no parece tener una solución inminente para tal erosión.

Se equivocan, sin embargo, quienes vaticinan sin vacilación alguna el ostracismo del partido en un papel secundario para los próximos años. Su capacidad para adaptarse a las nuevas realidades ha quedado acreditada a través de su historia, pero tendrá que hacer un esfuerzo ímprobo durante los próximos meses para hacer creíble su apuesta por la renovación. Una renovación que, obviamente, no puede quedar circunscrita a un recambio de personas. Debe ir más allá de ello. Los jelkides respiraron aliviados el domingo, pero lo hicieron, no perdamos la perspectiva, ganando las elecciones en unas circunstancias muy difíciles para ellos y con un resultado incluso un poco mejor que el del año 2012, inicio de este ciclo post ETA; un resultado que levantó la euforia entre los suyos aquella noche.

A pesar de ello, fue EH Bildu la gran triunfadora de la jornada. Cierto es que les traicionó, cuando menos a no pocas de sus gentes, las expectativas creadas en torno a una victoria en escaños, que muchos daban por segura, e incluso en votos, que tampoco era mayoritariamente descartada. El alivio que llegó a Sabin Etxea fue el suspiro que faltó en la Plaza del Ensanche.

En definitiva, la guinda que no llegó para una hermosa tarta, para un inmenso resultado, fruto de un trabajo de muchos años, una ciaboga que ha resultado fructífera y una penetración social y geográfica muy exitosa. Está por ver cómo será su labor de oposición, si tiene capacidad de conservar durante este tiempo la necesaria tensión para mantenerse en la cresta de la ola y si comenzará a articularse en la autodestructiva izquierda confederal, de donde tantos votos ha recibido, un nuevo espacio que reagrupe a sus gentes. En definitiva, nos sumergimos en tiempos interesantes, novedosos, hasta ahora nunca vividos. Eso sí, permítaseme por esta vez que no mente ciclos históricos, porque cada vez que auguramos la apertura de uno de ellos pasa algo que echa por tierra todas nuestras sesudas y solemnes previsiones. Entiéndase la ironía.